En
Copenhaguen está
Jesper, trabajando en el cambio de guardia del palacio real. Mira con sorpresa el objetivo de mi cámara. El zoom revela unos ojos azules que recorren por un breve instante el marrón islamizado que me pinto en los míos cada mañana porque tengo fantasías de ser de casta andaluza. Parece que él se lo cree, porque seguramente nunca
vio una andaluza de verdad, y se pone deliciosamente rojo, mientras recojo mi
kit de guiri y paso con la
bici por su lado, también roja de tanto azul.
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