martes, 16 de septiembre de 2008

Video doméstico

Alberto, ¿Estás gravando ya?

En tres segundos, cariño.

Voy!!

"Posible suegra número tres, o madre de Alberto: No voy a ser una buena esposa nunca. No pierda el tiempo explicándole a su hijo todos mis defectos que él no ve por estar enamorado, porque realmente él los conoce. Es más, ni siquiera le importan. No tengo compostura ni sé comportarme en público. Tampoco tengo las tareas domésticas por la mano ni cuido de mi compañero como si fuera una madre atenta. La verdad es que lo único por lo que merezco la pena es porque tengo un punto rojo en la cabeza que me empuja a los disparates más absurdos en el momento menos propicio. Extrañamente, eso hace felices a los hombres. Los libera de su presión de padre de familia o vaya usted a saber qué otro rol represivo. No voy a entrar en el debate de porqué sucede así, pero está claro que no creo necesario cambiar mi manera de ser. Por todo ello, quiero invitarla a participar de nuestra alegría aquí en el aeropuerto, mientras cogemos un vuelo a las Vegas. Un saludo!!!"

Ayla, ... creo que t'has pasao, no?

Será verdad?

Desde hace unos días, cuando me levanto veo una habitación con techo blanco y unas puertas correderas. Mi cama está a la altura del suelo de tatami, y la recojo enrollándola para poder moverme por el cuarto con un poquito de autonomía. Me despierto con hambre y bajo a la cocina, donde tengo la mesa puesta con arroz blanco y sésamo, salmón ahumado, sopa de miso y judías dulces. Hay una señora con un pañuelo en la cabeza que me hace reverencias y me habla muy atenta a mi lenguaje corporal para saber si todo está a mi gusto. Por la ventana entra un sonido de chicharra radioactiva que aprovecha los últimos coletazos del verano para adornar la paz del silencio en medio de la muy cálida humedad ambiental. Aún y la espectativa abrasadora, me atrevo a salir de casa, porque alguna cosa tengo que hacer durante el día. Tomo el autobús y paso al lado de un bosque de bambú, camino de la estación de tren. Ojitos rasgaditos y curiosos me espían entre un rictus discreto, y alguna viejecita me sonríe desde su avanzado altzheimer. Llego a la ciudad y más ojos rasgados, multitud de ellos entre coches organizados de manera fluida y semáforos que avisan con música de anime que están en verde. Civismo: bicis sin atar, nadie corre, nadie grita, nadie va a robarme la cartera, nadie siente demasiado fuerte para no molestar.
Finalmente llego al final de una calle donde hay un jardín diseñado para ser harmónico. Una chica monísima con una toalla en la cabeza para empaparse el sudor me sonríe mientras nos quitamos los zapatos a la vez en la entrada del tatami. Estoy en un templo budista y todo el bullicio de la ciudad ha desaparecido. Por todo esto y algún indicio más, creo que estoy en alguna parte de Asia. Puede que sea Japón.