sábado, 22 de noviembre de 2008

Sola II: Cuidado con lo que se desea.

Para no sentirme sola, me imagino viviendo en mi espacio con todas las personas que me importan. Están ahí a todas horas, escuchando lo que me pasó durante el día, contándome su vida pidiendo consejo, riéndonos, con la agenda llena de citas de amigos que no pueden dejar de salir de fiesta porque no saben qué hacer en su casa y distribuyendo las tareas domésticas entre todos... Y veo como pintan mis paredes, como cambian las cosas de los estantes, como hacen comidas incomibles que hay que engullir y sonreir luego como si fueran deliciosas. Cansadísima de tanto salir. Además, poco a poco van trayendo sus enseres, los van amontonando en las habitaciones y luego en mi cuarto, encima de mi mesa, debajo y encima también de mi cama. Tapan la ventana y todos los huecos de la pared están llenos de estantes con más y más cosas, hasta que yo misma he de hacer un curso de escalada para poder encontrar un hueco entre las estructuras apelotonadas. Saludo a mi gata desconcertada subida a un montón, que me reprocha con un maullido no tener un hueco en su sofá; y los hámsteres no salen de su casita para no ver este espectáculo. Así, paso ese montículo y llego a la otra punta de la vivienda, donde tengo mi ordenador y un espejo de cuerpo reaprovechado de un armario. Me devuelve mi imagen: asfixiada.
Pero hay algo distinto al otro lado del espejo. No hay nada detrás de mí, no están los artefactos variopintos que me han quitado mi espacio vital. Estoy allí sola, con la mochila de fotógrafa tirada en medio de la habitación. Doy un paso hacia esa realidad paralela, buscando espacio respirable, y me fundo en mi persona simétrica. Estoy al otro lado. Es un poco extraño notar el sentido de la derecha en la izquierda, pero allí entra la luz del día por el cristal de la ventana y me compensa. Digo “hola” al aire y rebota el sonido del eco contra las paredes, ahora desnudas y libres. Me acerco a mi mochila, la recojo y veo que debajo hay un billete a mi nombre con destino a Viet-nam. Y me siento tan, pero tan feliz, que cojo la chaqueta cruzada de mis viajes, mi palestino, y salgo con lo puesto en dirección norte, esperando encontrar lo que creo que antes era el sur.

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