lunes, 25 de febrero de 2008

Hikikomori

Las 11 de la mañana de un sábado. "Hola cariño. Hoy he venido puntual, ¿eh? Vamos a salir a dar una vuelta, vamos hasta las Ramblas, va." Tiene la cara pálida, los ojos hinchados por el sueño, envueltos de una ojera morada.
"Vale, vamos a salir un poco." Se pone la bata encima del traje con la corbata que llevaba puesto, se asoma para ver que no haya nadie fuera de las fronteras de su espacio y cruza hasta la cocina. Lo sigo, esperanzada. Coge dos platos, los llena de macarrones fríos y emprende la vuelta.
"Biel, no vuelvas. Vamos a comérnoslo en el comedor, venga, va. Y después salimos."
No hay manera. Me espera en el quicio de su puerta con cara de impaciencia, casi con ira. ¿Quién sabe lo que es capaz de hacerse ahí dentro? La puerta se cierra tras de mí, con llave, como siempre.
Toc-toc-toc. "Biel, he oído la puerta, sé que estás despierto. Sal, quiero que hablemos." "Acabo de salir, no me hagas volver a abrir la puerta. Estoy con Ana" Toc-toc-toc. "Biel, creo que si la persona que tienes al lado te quisiera un poquito, no estarías así." Y, después de la bomba de efecto retardado, los pasos se alejan por el camino.
Me hizo sentarme en la cama, con el plato en las rodillas y pretendía que comiera así, un sábado a las 11 de la mañana. "Biel, cariño, creo que es mejor que me marche. Mi hermana estará esperándome." Me mira iracundo otra vez. Deja su plato encima de una columna de papeles ordenada por las motas de polvo que fueron cayendo. "Si hombre, me has hecho salir, te he puesto los macarrones que ha cocinado mi madre y ahora ¿pretendes que vuelva a abrir la puerta para que te marches? Pues entonces, para qué has venido?"
"Para qué va a ser? Me da miedo que te hagas algo aquí dentro, que necesites hablar con alguien de algo que no has entendido y que estés solo sacando conclusiones de un mundo que no exista y te estés creando. Nadie espera nada de ti que no puedas dar, ¿sabes? Lo que tú decidas hacer con tu vida es solo cosa tuya y no tienes que cumplir las espectativas de nadie." Mira a su plato, pensativo. "Pues ahora no se va a volver a abrir la puerta." Termina de comer, enciende el ordenador y se pone a jugar al Half life.
Al cabo de dos horas de jugar, sin contestar a mis frases, más bien súplicas, ni a mis lágrimas, se levanta y se acerca a la puerta. Mientras gira la llave en la cerradura me dice: "¿Sabes una cosa? No se puede ir a casa de los demás a poner tus normas. Y esto es lo último que voy a decirte".

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