martes, 16 de septiembre de 2008

Será verdad?

Desde hace unos días, cuando me levanto veo una habitación con techo blanco y unas puertas correderas. Mi cama está a la altura del suelo de tatami, y la recojo enrollándola para poder moverme por el cuarto con un poquito de autonomía. Me despierto con hambre y bajo a la cocina, donde tengo la mesa puesta con arroz blanco y sésamo, salmón ahumado, sopa de miso y judías dulces. Hay una señora con un pañuelo en la cabeza que me hace reverencias y me habla muy atenta a mi lenguaje corporal para saber si todo está a mi gusto. Por la ventana entra un sonido de chicharra radioactiva que aprovecha los últimos coletazos del verano para adornar la paz del silencio en medio de la muy cálida humedad ambiental. Aún y la espectativa abrasadora, me atrevo a salir de casa, porque alguna cosa tengo que hacer durante el día. Tomo el autobús y paso al lado de un bosque de bambú, camino de la estación de tren. Ojitos rasgaditos y curiosos me espían entre un rictus discreto, y alguna viejecita me sonríe desde su avanzado altzheimer. Llego a la ciudad y más ojos rasgados, multitud de ellos entre coches organizados de manera fluida y semáforos que avisan con música de anime que están en verde. Civismo: bicis sin atar, nadie corre, nadie grita, nadie va a robarme la cartera, nadie siente demasiado fuerte para no molestar.
Finalmente llego al final de una calle donde hay un jardín diseñado para ser harmónico. Una chica monísima con una toalla en la cabeza para empaparse el sudor me sonríe mientras nos quitamos los zapatos a la vez en la entrada del tatami. Estoy en un templo budista y todo el bullicio de la ciudad ha desaparecido. Por todo esto y algún indicio más, creo que estoy en alguna parte de Asia. Puede que sea Japón.

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