Bueno, después del post de descuatriblamiento de la personalidad, ahí va otro un poco más cuerdo:
Entra el sonido de la guitarra, acariciando el alma. Se acompasa a los latidos de mi corazón y poquito a poco se apodera de mi. Ya no hay nada más que la melodía matemática. Describe algo bonito, como el agua cayendo. Y luego se enfada de repente, con un amasijo de fuerza que me imbuye un remolino por dentro. Fuego que sale, sin poder evitarlo. El suelo es el que paga la furia bajo mis tacones. Las paredes temblando son las que transmiten la rabia que fluye con una forma precisa explicándolo todo. No es solo eso: mis manos siguen ahí en ese agua, modelándola. Y lo antiguo sale de la madera del tablao para acabar de matizar lo que llevo dentro y me llama. Me deslizo a su lado, como ven los que están delante: ya no soy la niña mona, ya nadie sabe quién soy porque la mirada poseída no sabe más que de lo que nadie conoce, de lo que nadie recordaba ya... más cerca que nunca de mí misma.
El último estruendo me lleva al final. Ya vuelvo a notar mi cuerpo, cansado pero ligero, y mi cabeza está fresca. Otra vez yo, y nadie sabe donde he estado. Pero cada vez que voy allí en un baile vuelvo renovada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario