domingo, 5 de octubre de 2008

Sobre chungas, marginadas, amistad y personalidades desdobladas

Porque yo era de las marginadas, con una chica chunga metiéndose conmigo a todas las horas de clase, las buenas notas, la cara llena de granos y enamorada del más guapo que me ignoraba. En el principio de la adolescencia me encerraba en mi habitación durante horas, escuchando la música que le gustaba a los chicos más raros, los heavys y los freaks, para crear afinidad con algún ser vivo que no me rechazara. Luego lloraba sin parar, desolada por no poder compartir mis inquietudes intelectuales. Tenía insomnio. Y me vestía muy ancha y oscurita, con el pelo hasta la cintura o más, sin atreverme a arreglarme las cejas o a maquillarme para no desatar más ira de la chunga. Hay fotos, lo prometo.

Luego mi madre enfermó. Mostrarme melancólica a ratos dio a conocer mi lado humano para los de aquél entonces. De repente tenía una o dos amigas. La chunga desapareció y dejó de darme miedo arreglarme, me vestía ceñida y miraba a los chicos a los ojos sin miedo. ¿Qué sabrían ellos de la vida y de la muerte? Entonces el más guapo me empezó a hacer caso. Pero resultó que el más guapo no tenía cerebro y yo desaprovechaba el sueño de todas las demás haciéndole caso omiso, sacando las mejores notas, creando cierta admiración.

Pero lo que dio el paso sin retorno al desdoblamiento de personalidad hacia la chunguería fue la paliza. Cuando murió mi madre, creo que de melancolía también, me pegó mi padre durante cuatro horas horribles, en la calle, en casa, insultando donde más dolía, arrastrándome por las escaleras de los pelos y golpeándome contra la pared. En cuanto pude moverme de nuevo, tres o cuatro días más tarde, volví al colegio con cojera y un ojo amoratado lleno de rabia y rencor contra todo. Entonces apareció en escena Sajdah, "la boxeadora".
- Porque tú a mí no me engañas, no te has caído por las escaleras. Eso te lo han hecho. Lo que tienes que hacer es entrenar conmigo, que tengo entradas para el DIR. Vamos esta tarde va.

Me sentía bien a su lado, me prestaba atención y se preocupaba por mí. Yo también era una chunga respetada a su lado. Aparte, estaba sola y me hacía un montón de compañía con sus historias de Asia y de su vida tan dura. Ligaba un montón, con su cuerpo moruno, el pelo negro, fuerte, abundante y liso, con los ojos verde miel, enmarcados en carboncillo negro superintenso que le hacía la mirada penetrante. La nariz rota le daba una personalidad especial. Empezó a hablarme de los torneos ilegales en Montjuïc, de las movidas con el crack o la farla para aguantar más en el combate y ganar las apuestas, de la paliza que le pegaron los skins en el metro por tener un padre de Paquistán, y de cómo ella se sentía más protegida si sabía pelear con un gramito en el bolsillo por si acaso se ponía la cosa fea.
- Sajdah, sal de esto tía, que te estás buscando tu propio fin.

Me la encontré hace unos días. Fue un poco extraño porque estaba acabada: la mirada perdida, contestaba cosas incoherentes, como que estaba estudiando informática en la Autónoma, ya sabes, esa que está en la Diagonal, y a la vez se sacaba el bachillerato nocturno en el instituto, porque había tenido un hijo y no tenía tiempo para nada con los trabajos, y se había descuidado y había dejado de entrenar, con lo buena y guapa que había sido ella, pero que llevaba una rosa en la mano porque iba a ver al chico, que era Sant Jordi.

Y entonces me sentí una mierda. Tendría que haberle enseñado la música de los freaks, hablarle de la ropa oscura, de la utopía social encerrada entre los libros de Aldous Huxley, de la expresión de la rabia en forma literaria, de su pelo largo y negro lleno de posibilidades góticas. Tendría que haberle explicado que siendo tan guapa, la más chunga, sabiendo castellano, catalán, inglés y urdú nativo, y teniendo vocación por las ingenierías, podía permitirse tener éxito en prácticamente todo. Debía sentirse segura porque ya estaba protegida de las mafias del barrio por su hermano mayor, el farlopero que alunizaba en las joyerías. Porque si ella era la única de la familia que no tenía antecedentes penales era un privilegio a cotizar en la bolsa del rescate personal. Porque cuidarse y quererse está bien, Sajdah. Céntrate, amiga, que te estás desdoblando en cosas que no te convienen. ¿Porque si tú me proteges con tus armas y yo no te protejo con las mías, de qué clase de amistad estamos hablando?

Me sentí una mierda por no haber podido conseguir nada, centrada todos estos años en controlar mi propio desdoblamiento. Una mierda.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

De todas maneras, Ayla...

Intenten, si pueden, detener a un hombre que viaja con su suicidio en el ojal (Enrique Vila―Matas: Suicidios ejemplares).

A veces, poco se puede hacer. No se torture.

Ayla dijo...

Es inevitable querer abarcar todo lo que uno llega a imaginarse para que algo salga bien. Pero tiene razón, el límite no sólo está en nosotros, sino también en los demás.
Por cierto, que la gata tiene unas fantasías de holocausto que ni le cuento. Pero deja esos sueños para sus múltiples siestas diarias, es un amor.