El viento sopla fuerte en el círculo polar. Te golpea la cara y te reseca el alma. Todo lo que se puede decir allí queda mutilado por el sonido intenso de la ventisca. Así, la oportunidad de comunicarse queda reducida a gestos corporales, intuidos vagamente por los demás en la larga noche polar. Una se siente cautiva en medio de todo ese frío.
Sin embargo, el tiempo trae cosas nuevas, inevitablemente. Primero una bella aurora boreal te avisa de que va a pasar algo. Te emocionas, lo esperas con ansia porque la visión de tanta belleza solo puede ser por algo muy bueno. Y luego empieza a clarearse el cielo a las 12 del mediodía, como si quisiera amanecer tímidamente. Es horrible ver que ese día no sale el sol. Y va pasando el tiempo. Sí que es verdad que cada vez la luz es más intensa, pero tarda tanto que empiezas a dudar de que realmente existe una bola de fuego allí arriba. ¿Qué prometía realmente aquella aurora?
Así, cuando estás al borde de la desesperación, después de 6 meses de oscuridad inexorable, las leyes de la física ponen las cosas en su lugar. Un día en concreto, en un punto inesperado del horizonte, aparece un rayo de luz fuerte, potente, luminoso. No es el sol entero, es simplemente un saludo o un guiño cómplice. Pero ahí está hablando de su presencia, dándole la razón a tus recuerdos: el sol existe. Es la luz de ese sol tan tímido la que te da esperanzas, te empieza a tocar por dentro, empieza a subir la temperatura. Aunque todo está congelado, hay cierta tendencia irreversible. A partir de ahí todo va más rápido. Igual que los miles de musgos que encuentras bajo tus pies allí, empiezas a crecer sin darte cuenta, como un proceso fisiológico inevitable. Los movimientos corporales pueden hacerse más ligeramente, porque llevas menos ropa. Los mensajes son más complejos y elaborados. Todo va empujando a la oportunidad de expresarse con rebeldía por haber pasado todo ese frío injustamente. Y con tanto crecimiento y tanta rabia, el viento se convierte en un débil enemigo. Ahora que estás grande tienes fuerzas para gritar. Tú no naciste adaptada para el polo, ¿Cómo ibas a sobrevivir así, prisionera, durante toda tu vida? Los demás alucinan. Nunca vieron a nadie hablar y les parece extraño, les parece mal. Pero ahora ya no importan los demás, porque la paciencia te ha devuelto de nuevo el sol de media noche. ¿Qué vas a hacer? ¿Te piensas quedar en el reducido círculo polar esperando de nuevo la oscuridad, o vas a aprovechar para encontrar algún lugar del gran mundo donde puedas ser aquello que tienes que decir? Viniendo de ti, todo está bien.
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