Las montañas en frente, cruzado fronteras sin mirar atrás. Paisajes que van cambiando según el gradiente latitudinal. Cada día es un sitio nuevo, una cara distinta con rasgos y manera de divertirse únicos. Todos nos acogen, sienten curiosidad y preguntan el camino hecho. Pero no todo es desconocido. En el bar del puerto, de cualquier puerto, siempre tienes al que un día fué patrón de barco, bebiendo hasta la saciedad y desparramando historias fantásticas a todo el que soporte su hedor beodo. "Pues en Tailandia me rozó un pez venenoso en el pie izquierdo". En los campings, siempre esos compañeros temporales del viaje que piden lo que vistes para no perderse nada en su micro jornada libre, en la que quieren vivir todo apresuradamente. Y en las estaciones de servicio, el transportista, el camionero, que con su GPS te indica las carreteras en obras y los mejores polígonos industriales de toda Europa, donde da gusto ir a descargar.
Pero lo que realmente te hace sentir tranquilo es aparcar en un acantilado volcado sobre un atardecer, siempre ese sol bañando el mundo que es tu casa. ¿Hasta dónde vivir así? Hasta encontrar el Norte de tu interior, luego un poquito más hacia delante.
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